Hedonia depresiva y cultura pop: la narrativa de una generación
Hedonia depresiva y cultura pop: la narrativa de una generación
El
capitalismo genera malestar emocional. Lo vemos claro en la
epidemia de malestar mental en jóvenes y la farmacologización de la vida
cotidiana. Quizá lo sentimos cuando cada noche tomamos una pastilla para
dormir porque el estrés del día a día nos sobrepasa y nos mantiene en un estado
constante de alerta y ansiedad.
Este
malestar emocional, esta alienación colectiva que afecta sobre todo al
proletariado, esconde una dimensión que va más allá. Como un eterno retorno,
esta externalidad causada por el capital y su dictadura de la mercancía y el
trabajo es comercializada. Es decir, el capitalismo saca rédito económico
del malestar psicológico que genera. El ejemplo más claro es el gran
negocio de la industria farmacéutica, en concreto los fármacos para
trastornos mentales. Estos son recetados masivamente a una población exhausta
que, lógicamente, desarrolla síntomas de depresión y estrés duraderos o
crónicos.
Fotograma de la serie Shameless (2011)
Pero
hay otros ámbitos mercantiles donde se explota este malestar, como la
industria cultural. Según Adorno y Horkheimer, esta industria
estandariza y comercializa productos culturales, como el cine, la música y la
literatura, para convertirlos en mercancías destinadas al consumo masivo. Esta
estandarización homogeneiza los gustos y comportamientos de las personas y
refuerza las estructuras de poder al limitar la capacidad crítica del público. Los
productos culturales se transforman en herramientas de dominación que
promueven conformidad y pasividad, en lugar de fomentar autonomía y reflexión
crítica.
Nos
vienen a la mente, seguro, rápidamente productos audiovisuales que consumimos
para despejarnos y evadirnos de nuestra realidad de clase social. Hoy, la
industria cultural, inserta en cada píxel que llega a nuestras retinas, lo
ha colonizado todo. Desde programas de prime time hasta redes sociales,
todo es un vehículo para generar en nuestra psique un imaginario parasitado por
el realismo capitalista, donde las alternativas a futuros diferentes o
la acción organizada se diluyen por indeseables o irrealizables.
Fotograma de la serie Skins (2007)
La
cultura refleja estos imaginarios. Hay decenas de series vistas por millones de
millennials y generación Z, que lanzan historias marcadas por la hedonia
depresiva que describía Mark Fisher. Según este crítico británico, la
hedonia depresiva es un estado del capitalismo tardío donde las personas
buscan un placer constante y superficial sin lograr satisfacción auténtica,
desembocando en vacío y depresión. Este síntoma traspasa incluso la agencia
política de las nuevas generaciones.
En
la serie de Netflix The End of the F*ing World**, dos
adolescentes inadaptados huyen del instituto en una satírica road movie
mientras intentan darle sentido a su enajenación y, mientras tanto, se
enamoran. La huida al fin del mundo es su solución a una asfixia que ya en la
adolescencia sentimos. La serie conecta con pensamientos repetitivos como: ¿y
si cogiera las maletas y me fuera dejándolo todo atrás?
Fotograma de la serie The End of the F*ing World**
La
británica Skins (2007) nos traslada al corazón de la adolescencia
millennial, marcada por precariedad y hedonismo. Un grupo de jóvenes de Bristol
lidia con traumas y problemas típicos de su edad mientras intenta encontrarse
en una espiral de alienación, adicciones y malestar psicológico.
Fotograma de la serie Skins (2007)
Otra
serie, Shameless (2011), narra la vida de seis hermanos en un
gueto de Chicago. A través de la sátira y el humor, muestra sus intentos por
sobrevivir y encontrar un rumbo en la vida, reflejando la precariedad tan
grande que asola a los trabajadores, desde la generación Z hasta los
millennials.
Fotograma de la serie Shameless (2011)
Hay
muchos ejemplos de estas series traspasadas por alienación y hedonia
depresiva. Sin embargo, todas comparten un patrón: aunque algunas denuncian
la desigualdad o la precariedad, terminan ofreciendo soluciones
individualistas. Los protagonistas superan sus problemas, si lo hacen, de
manera individual. Esto muestra cómo el realismo capitalista está inserto
incluso en historias sobre sus propias causas, como el malestar
psicológico. Sacando, por tanto, rédito económico de ello. Es decir, el
realismo capitalista explota su propia derivación emocional a través de la
industria cultural.
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