Capitalismo y deseo en el cine de David Cronenberg
Capitalismo y deseo en el cine de David Cronenberg
Fotograma de la película Crímenes del futuro |
¿Qué es el cuerpo humano más allá de un ente biológico? ¿Cómo nos conforma la carne y la piel de nuestro yo individual? ¿Es lo biológico lo que nos determina? ¿El cuerpo se acaba en la carne o se prolonga hacia la sociedad y lo tecnológico? Estas preguntas, que parecen resonar con urgencia filosófica y existencial en la época actual, son el eje que atraviesa la obra de David Cronenberg.
Cronenberg, un cineasta, podríamos decir, de lo inquietante, emerge con su obra en una época marcada por las contradicciones del capitalismo tardío. Su cine, solo se puede entender en plenitud como una reflexión audiovisual que dialoga con las transformaciones tecnológicas y los desplazamientos del deseo en un mundo donde el cuerpo, la carne y la máquina comienzan a mezclarse de manera irreversible. Quizá es por eso precisamente que en sus películas, encontramos una interrogación constante sobre el papel de la tecnología en la reconfiguración del ser humano, no solo como herramienta, sino como extensión y determinación de nuestra existencia.
Como hemos nombrado en el párrafo anterior, el contexto histórico en el que Cronenberg desarrolla su obra no es menor. Desde los años setenta hasta la actualidad, asistimos a un auge de las tecnologías de la información, la cibernética y las promesas de un futuro posthumano ligadas a la idea de progreso capitalista. En paralelo, las teorías críticas de la época comienzan a desmontar las narrativas modernas sobre el cuerpo, el deseo y la identidad. En este terreno, el cine de Cronenberg se cruza con las ideas de autores como Gilles Deleuze y Félix Guattari en El Antiedipo, donde el deseo no se reduce a una falta, sino que se despliega como una fuerza productiva. Este enfoque permite pensar el cuerpo no como un límite, sino como un campo de experimentación, una máquina deseante en constante devenir. Es decir, una constante pulsión e interacción que va mucho más allá del encapsulado sujeto cartesiano.
Fotograma de la película Crímenes del futuro
Otro concepto interesante, hilado esta vez a la obra del británico Mark Fisher, el materialismo gótico, se convierte en una herramienta clave para analizar la filmografía de Cronenberg. Fisher describe esta corriente como una forma de explorar las tensiones entre lo material y lo espectral, lo orgánico y lo tecnológico, en el contexto del capitalismo tardío. En películas como Videodrome, Crash o Crímenes del futuro, encontramos una estética que da cuenta de estas tensiones, donde la carne y la máquina no se oponen, sino que se fusionan en una dialéctica inquietante, casi aberrante, casi fantasmagórica, constantemente en el campo de lo inhumano.
Fotograma de la película Crímenes del futuro
También otro autor, crítico cultural, gran influenciador de Fisher, Frederic Jameson, ofrece una perspectiva relevante al hablar del concepto de posmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío. En el cine de Cronenberg, esta lógica se manifiesta en la manera en que el deseo se codifica tecnológicamente, produciendo cuerpos que ya no son solo biológicos, sino también mercancías, extensiones del capital y territorios de inscripción para las fuerzas productivas; que capitaneadas por las nuevas tecnologías, literalmente nos desgarran.
Fotograma de la película Crash
Pero el cine de Cronenberg no solo refleja estas dinámicas; sino que las lleva al extremo, mostrando cómo el cuerpo humano se convierte en un objeto maleable, un espacio donde se inscriben las tensiones entre lo biológico, lo social y lo tecnológico. Por tanto, las preguntas que plantea su obra giran sobre nuestras nociones de humanidad, deseo y tecnología en un mundo donde las fronteras entre lo natural y lo artificial se desdibujan cada vez más. Y como veremos a continuación. Cada película, aunque alrededor del contexto descrito, nos cuenta cosas diferentes.
Antes de empezar hay que aclarar que cada una de estas películas merecería ser analizada de manera individual, pues cada obra contiene muchísimos elementos cyberpunk que darían para varios escritos, pero actualmente el placer de la lectura ha sido desplazado y sometido al deseo de consumo tecnológico en las redes sociales, aportándonos una efímera experiencia sexual por la lectura; haciendo un ejercicio a lo Cronenberg, podemos decir lo siguiente: no es la lectura quien te está dando placer, sino el smartphone que sostienes entre tus manos como un órgano genital de placer onanista.
Fotograma de la película Crímenes del futuro
De hecho, una de las formas más curiosas de aproximarse a la filmografía de Cronenberg es a partir del pensamiento y análisis que el ya nombrado Mark Fisher, filósofo y crítico cultural, hace de este arte audiovisual a lo largo de su tesis doctoral Constructos Flatline: materialismo gótico y teoría-ficción cibernética. Gracias a este análisis cinematográfico se entiende la ligazón que Fisher terminará haciendo entre tecnología, cibernética y el deseo. Esta tríada, que el mismo autor invita a desmontar para desarticular todo el meollo del cibercapitalismo, es la temática principal que envuelve las tres obras de Cronenberg: Videodrome (1983), Crash (1996) y Crímenes del futuro (2022). Frente a esta última película no pudimos evitar preguntarnos: ¿Qué análisis hubiera hecho Fisher de esta obra?, así que podemos tomarnos este escrito como una continuación de ese ejercicio de análisis que Fisher empezó en su tesis.
Fotograma de la película Videodrome
Para darle una historicidad a la obra de Cronenberg y ver la evolución que el propio director de cine también ha sufrido, empezaremos comentando la película de Videodrome, para seguir con Crash y finalizar con Crímenes del futuro. La gracia de seguir este orden es ver como el objeto de deseo va cambiando o, recurriendo a un concepto de Deleuze y Guattari, desterritorializándose.
Las películas mencionadas nos hablan, entre otras cosas, del deseo-por-lo-tecnológico, de como la irrupción de la tecnología implica un continuum sexo-tecnología-deseo donde la tecnología ya no es un medio para obtener placer, sino que la tecnología deviene-sexualmente. La experiencia que causa la relación con lo tecnológico ya no puede concebirse de manera separada, sino que la experiencia a través de la tecnología se convierte en un placer-tecnológico, un placer que en el fondo es un deseo-por-lo-tecnológico-sexual.
Fotograma de la película Videodrome
Esta idea supone la ruptura clásica con el objeto de deseo sexual, el cuerpo o los genitales sexuales. Ahora, como recoge Fisher al citar a Ballard — escritor de la obra de Crash — “¿bajo qué aspecto el coito vaginal es más estimulante que con este cenicero, digamos, o con el ángulo entre dos paredes? (Fisher, 2022; 207). En la obra de Videodrome, este desplazamiento del objeto de deseo sexual empieza a construirse en relación a lo tecnológico cuando las visiones que tiene Max, el protagonista, implican relaciones sexuales y BDSM con la televisión y las propias cintas de vídeo. La televisión ya no es el objeto que media entre lo sexual, ya no vemos pornografía, sino que mantenemos relaciones sexuales con la televisión, pues es la tecnología quien nos da placer.
Pero esta desterritorialización del deseo-por-lo-tecnológico evoluciona con la película de Crash. Aquí, aunque el deseo empiece estableciéndose en relación con lo tecnológico, da un paso más allá. Para entender esto hay que contextualizar la película: Crash es una película donde diferentes personas comparten un placer, podíamos decir una parafilia, por los accidentes de coche y las cicatrices que esos accidentes dejan en el cuerpo. En un pequeño diálogo establecido entre Ballard y Vaughan — dos protagonistas de la película — se menciona la fascinación por como lo tecnológica se hibrida con el cuerpo humano para luego, en otra escena con los mismos protagonistas, ver como Vaughan dice que esa relación son solo ideas de la ciencia-ficción, que lo importante es la experiencia.
Fotograma de la película Crash
En este momento es cuando el análisis de la película se torna completamente axiológico o valorativo. La película no habla únicamente del deseo-por-lo-tecnológico, sino por la experiencia y el placer que la tecnología despierta. El sexo se torna abstracto y conceptual superando así la dimensión biológica. Se transmuta en un deseo que busca un objeto que le otorgue una experiencia de placer, un objeto, en el caso de Videodrome y Crash, que es lo tecnológico y a la vez la experiencia desde lo tecnológico, una experiencia que en Ballard se cristaliza en el cuerpo hasta tal punto que se excita con una cicatriz en la pierna de una mujer que, en el contexto de la película, se ve como una vagina.
Cartel promocional de la película Crash
Pero no es solo Ballard quien siente placer al frotar sus genitales con la cicatriz de la mujer, sino que la propia mujer siente placer al sentir que están teniendo relaciones sexuales con esa parte de su cuerpo, un cuerpo que ha sido modificado por lo tecnológico y una cicatriz que simboliza la experiencia de deseo sexual desde lo tecnológico.
Fotograma de la película Crash
Y con esta experiencia nos adentramos en la siguiente obra: Crímenes del futuro. Si bien dicha película trata de temas tan interesantes como la biotecnología, la edición genética y los límites de la misma, observamos como la tríada tecnología, cibernética y deseo sigue presente. En un mundo donde el dolor físico ha sido eliminado, la cirugía estética radical es el nuevo sexo. Con esta película volvemos a la idea del sexo como algo abstracto y conceptual, pero a diferencia de Crash, la experiencia no queda cristalizada de forma “accidental”, sino que se convierte en el nuevo arte.
Fotograma de la película Crímenes del futuro
Las performances biotecnológicas de Saul Tenser y Caprice — protagonistas del film — , se convierten en un espectáculo que despierta una experiencia estética en las personas asistentes hasta tal punto que el objeto de deseo no es ni el cuerpo, ni la tecnología, sino la experiencia de ser abierta, refiriéndose a la invasión y modificación tecnológica del cuerpo. La invasión del cuerpo por lo tecnológico que empieza en Videodrome cuando Max, el protagonista, introduce dentro de sí pistolas o cintas de vídeo, llega al extremo en Crímenes del futuro. Ya no es el terror propio del cyberpunk de la invasión del cuerpo por lo tecnológico lo que prevalece en esta obra, sino el deseo-sexual por la invasión y automodelación del cuerpo.
Fotograma de la película Crímenes del futuro
En consecuencia, la estética se convierte en el nuevo sexo. La hibridación entre lo humano y la máquina se presenta como el deseo sexual emergente del cibercapitalismo, un sistema que, explotando la pulsión humana, crea la necesidad de modificar nuestros cuerpos. No se trata de un cambio impulsado por una finalidad concreta, sino por el deseo mismo de lo tecnológico convertido en un motor de consumo perpetuo.
Fotograma de la película Crash
Así como sostienes tu smartphone como una extensión de tu cuerpo, casi como un órgano onanista, tus datos se transforman en apéndices cibersexuales conectados a la maquinaria del capital. En esta relación íntima y constante, es el cibercapitalismo quien siempre gana: te proporciona placer, te satisface, pero también te hace desear más, atrapándote en un ciclo interminable de consumo y dependencia tecnológica. Es un deseo insaciable, individualista, y solitario, mientras el sistema te arrastra hacia un clímax perpetuo, donde la hedonia depresiva captura el grito proletario de: ¡Muerte a Videodrome, viva la carne nueva!
Fotograma de la película Crímenes del futuro
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