Los años nuevos: querer y fragmentarse en tiempos millennials

 

Los años nuevos: querer y fragmentarse en tiempos millennials

Fotograma de la serie Los años nuevos

Demasiados nos encontramos perdidos en nuestra historia; excesivas personas hemos ido quemando etapas entre el estrés, el alquiler, los curros de mierda y el maltrato de un sistema —el capitalista— que, dialécticamente, se estructura desde lo material hacia lo más abstracto, hacia aquello que solemos llamar amor.

El 31 de diciembre nos parece la noche más larga del año. Así lo canta Nacho Vegas, el cantautor que pone voz musical a la serie que protagoniza este artículo. Los años nuevos, codirigida por Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano, nos sumerge en una historia de amor entre dos personas que, a su vez, refleja una experiencia generacional. Un retrato colectivo de los millennials, marcados por una constante desorientación bajo las sombras del capitalismo tardío y sus paisajes de cemento, donde las grandes urbes como Madrid se levantan cual lugar hostil para aquello que signifique querer, forjar un vínculo o una relación.

Es el año 2015, y en Madrid, con los aún recientes ecos del 15M resonando en las conversaciones, Óscar, un médico primerizo, ahoga sus penas en alcohol mientras su reciente expareja le insiste en volver a ser amigos después de la ruptura. Aireado por la situación y espoleado por su mejor amigo, acaba en un bar de copas, sentado en una barra, enfadado mientras piensa en el nefasto año que ha tenido.

Ana, camarera de la discoteca donde estaba Óscar, cierra la caja y va al bar donde se encuentran sus amigos del trabajo; le han preparado una fiesta sorpresa. Pasan más de las doce y es su cumpleaños: los felices treinta cumplidos el primer día del año. Ana sonríe, parece alegre, pero en realidad una sombra se esconde detrás de su sonrisa. Comparte piso, trabaja de camarera aunque ha estudiado una carrera, Periodismo, y quiere viajar al extranjero, pero aún no se ha decidido a comprarse el billete hacia Vancouver. Su vida, como la gran mayoría de vidas de los trabajadores millennials, es una constante incógnita.

Estas dos personas, Ana y Óscar, acaban en la misma fiesta en un ático de la ciudad. Entre birras, vodka, cristal, cocaína y pura evasión, se conocen. Y en las primeras horas de luz, en una azotea fría y compartiendo un cigarro, Ana le propone a Óscar irse a Valencia a comer para celebrar el año nuevo. Un amigo de ella se va hacia allí, y puede ser un buen plan.

Fotograma de la serie Los años nuevos

— Ana: Te propongo un planazo: vamos a Valencia a comer a un restaurante que se llama Casa Amparo. Hacen un arroz cojonudo. Amparo es una mujer entrañable, no, lo siguiente. ¿Vale? Pero hay que decidirlo ya porque Luis se está pirando en coche. Entonces… ¿vamos?

—Óscar: Vale.

—Ana: ¿Vale?

—Óscar: Vamos.

El plan no sale como esperaban y acaban en el piso de Óscar. Y mientras Nacho Vegas suena en el comedor, tienen sexo por primera vez. Ya en la cama, Óscar convence a Ana de comprar un billete a Canadá y el año 2015 se cierra con ellos despidiéndose después de ese esporádico encuentro.

—Óscar: Oye, que lo que te he dicho antes sobre los ojos y que no estaba triste… que era mentira. Sí que lo estaba.

—Ana: Ya.

—Óscar: Pero ahora estoy bien.

Fotograma de la serie los años nuevos

Año 2016. Ana y Óscar no son pareja, pero sí amigos íntimos, y van a pasar la Nochevieja con la familia y amigos de Óscar, que sigue en una turbulenta relación con Vero. Por otro lado, Ana lleva apenas cinco meses saliendo con Javi. Sin embargo, esa noche, Óscar se sincera con Vero, confesándole que no quiere estar con ella. Horas después de este tenso momento, Óscar y Ana cruzan sus miradas en la mesa y entonces, en un plano contraplano, se cierra el capítulo y el año con la canción de McEnroe, la cual nos va resumir lo que vamos a vivir entre estas dos mascaras que se reconocen mutuamente en la próxima década.

Fotograma de la serie Los años nuevos

Acuérdate de mí, cuando pises algún charco
Cuando escuches algún pájaro cantar
Acuérdate de mí, cuando veas algún rayo
Agrietando todo el cielo como un cristal

No dejes de buscar, incluso en la hora más oscura
Puede aparecer de pronto la electricidad
Yo estaré por aquí, escondido en algún recuerdo
O en el leve movimiento de sentir

Y cabe la posibilidad
De que te vuelva a encontrar, en algún incendio
Y cabe la posibilidad
De que te vuelva a encontrar, en algún incendio

Me acordaré de ti, parado en algún semáforo
O afinando justo antes de salir
Estás por aquí, escondida en alguna frase
O en el leve movimiento de vivir

Y cabe la posibilidad
De que te pueda olvidar, en algún momento
Y cabe la posibilidad
De que te pueda olvidar, en este momento

McEnroe - La Electricidad

Año 2019. Ana y Óscar llevan dos años juntos y celebran la Nochevieja en Berlín, en un viaje exprés de 24 horas. La rutina se ha instalado en su relación y este viaje se supone que es un remedio para ello. Sin embargo, todo se tuerce de manera estrepitosa.

Los vínculos, desde luego, se rompen; siguen aquella ley física llamada entropía, donde la materia tiende al desorden. Pero aquí hay mucho más que una ruptura, pues en el epicentro de este episodio se encuentra la hedonia depresiva.

Fotograma de la serie Los años nuevos

Juventud y hedonismo siempre han ido de la mano. La edad es una variable ligada a percepciones sociales sobre el placer; ya sea el sexual o el ligado a rituales como la fiesta, ambos se asocian especialmente a la juventud. En el capitalismo tardío, generaciones proletarias como la millennial o la Z están traspasadas por el sufrimiento psicológico, condicionado este factor por la precariedad y la violencia que un sistema genera, estructuralmente, en nuestras vidas. Este sufrimiento se agrava a su vez por el surgimiento de nuevos espacios de socialización, como las redes sociales, que, a hombros de un capitalismo cada vez más omnímodo bombardean el plano ideológico, cultural y existencial, generando una alienación tan potente que el sufrimiento psicológico aumenta sin compasión en la mercantil cárcel del capital.

En consecuencia, el hedonismo y la depresión se entrecruzan. Aspectos que quizá no habían estado tan estrechamente unidos, ahora lo están. Digamos que la depresión se suele asociar, de manera reduccionista, a la falta o la incapacidad de sentir placer a causa de un estado emocional deprimido. Sin embargo, a los millennial y Z nos condiciona precisamente lo contrario: la capacidad y la adicción a sentir constantemente un placer paliativo. Esto ocurre debido a un rasgo sociohistórico que el capitalismo actual ha generado en su proceso de hegemonía material, cultural e ideológica.

El concepto que mejor cristaliza dicho aspecto es el realismo capitalista, entendiendo la época actual y, por tanto, el contexto donde se ha socializado la juventud —sobre todo la occidental— como un tiempo subjetivamente anclado en el presente. Es decir, si tenemos la sensación de que el capitalismo es inamovible; si entendemos como natural la estructura social que nos oprime; si observamos cómo la artificialidad cultural de la ideología capitalista se vuelve hegemónica, autónoma y tan opaca que la percibimos como una extensión sobrenatural fuera del individuo; si, por ende, la despolitización es nuestro signo generacional a causa de la pérdida de los proyectos comunistas y anarquistas; si no hay alternativa, ¿qué nos queda? La huida en el placer inmediato. ¿Por qué? Porque ayuda a olvidar todo lo descrito, aunque sea tan solo mientras nos sube la chupada de cristal y el tecno percute en nuestros tímpanos.

Y justo aquí es donde nuestros dos protagonistas, que se alejan bastante de Romeo y Julieta y el amor romántico, intentan reencontrarse. Berlín, la capital del techno, acoge a Óscar y Ana en su seno, y dentro de una de las discotecas más icónicas de la ciudad se dejan llevar por el huracán de la hedonia depresiva entre MDMA y hardcore. Pero, como os podéis imaginar, no sale bien. De la hedonia pasamos al reproche, al dolor, a la realidad de la rutina, a nuestra pelea generacional con un tiempo que se nos ha arrebatado y que nos duele, sobre todo cuando amamos encorsetados en la precariedad, en la cultura del consumo, del patriarcado, de la tradición, de la monogamia y de la heteronorma.

Fotograma de la serie Los años nuevos

Este capítulo es quizá uno de los más desgarradores a causa de la escena de la ruptura entre los dos protagonistas. Volviendo en taxi al hotel, se lanzan reproches que duelen como cuchillos. Y aunque se quieren, se quieren mucho, el contexto social, la propia vida, los problemas de trabajo, las inseguridades, los celos, el cansancio de una vida que no es nuestra —pues nuestro tiempo pertenece al capital, no lo olvidemos— acaba arrastrándolos a la separación y la ruptura.

Ana: ¿De verdad no te das cuenta? ¡Ostia, dudo! Sí, dudo, ¿qué pasa? ¡¿No se puede dudar, tío?!

Óscar: ¿¡Qué pasa!? La vida pasa, los hijos pasan. Por ejemplo.

Ana: Por favor, Óscar… Por favor, ¿qué te pasa con…?

Óscar: ¿Por favor? Sigues igual. Además, tú con eso…

Ana: Pues sí, en el mismo sitio. ¡Sí, sí!

Óscar: Genial, está bien saberlo.

Ana: Oh, no, tengo que estar como tú… Como tú tengo que estar.

Óscar: Yo no he cambiado de idea, ¿eh?

Ana: Vale, muy bien.

Óscar: ¡Lo que no quiero es perder el tiempo!

Ana: ¡¿Pues qué coño haces conmigo?! ¡¿Por qué no me dejas ya?!

Óscar: No te dejo porque te quiero.

Ana: Me quieres, pero no hay una sola cosa buena que puedas decir de mí. ¿Un poco raro, ¿no? No, Óscar, tú crees que me quieres, pero no… pero no es verdad. Ya no.

Y así acaba este capítulo, pasando a un plano en negro con la canción Maldita Dulzura de Vetusta Morla con Carla Morrison, donde otra vez, la música nos cuenta casi más que todo lo demás.

Hablemos de ruina y espina
Hablemos de polvo y herida
De mi miedo a las alturas
Lo que quieras, pero hablemos

De todo menos del tiempo
Que se escurre entre los dedos

Hablemos para no oírnos
Bebamos para no vernos
Y hablando pasan los días
Que nos quedan para irnos

Yo al bucle de tu olvido
Tú al redil de mis instintos

Maldita dulzura la tuya (X3)

Me hablas de ruina y espina
Me clavas el polvo en la herida
Me culpas de las alturas
Que ves desde tus zapatos

No quieres hablar del tiempo
Aunque esté de nuestro lado

Y hablas para no oírme
Y bebes para no verme
Y yo callo, y río, y bebo
No doy tregua, ni consuelo

No es por maldad, lo juro
Es que me divierte el juego

Maldita dulzura la tuya (X3)

2020 y 2021, los años sin tiempo. El COVID, la pandemia, nuestra percepción de lo temporal trastocada al máximo. Pero no porque el tiempo haya abierto la puerta al pasado y a nuevos futuros, sino porque la rueda del capital, al menos en parte de Europa, se ha parado. Y nuestros protagonistas andan entre las vicisitudes pandémicas. Óscar, médico interino, lidia con un paisaje distópico y más horas de las que se pueden contar trabajando. Y entre calles vacías y soledad ha pasado su año. Al salir de su turno de 30 horas, tan largo en parte porque no quiere irse a casa, se encuentra a un joven en su portal que le pide ayuda, pues le han robado y agredido. Nuestro protagonista lo lleva a Valencia y, en el trayecto, al estilo road movie, reconoce que se siente solo, perdido y que echa de menos a Ana.

Fotograma de la serie Los años nuevos

Ana está en Francia. Es 2021 y ha echado raíces allí: la ciudad de Lyon se nos presenta como un bonito paisaje donde una Ana, bastante cambiada, tiene un catering de comida española a domicilio con otra socia. Pero lo drástico no es este cambio, sino que está embarazada de su nueva pareja, Manu. Sin embargo, Ana, lejos de ser feliz, está inmersa en un mar de dudas: sobre su maternidad, sobre ella misma, sobre sus sentimientos y sobre empezar una nueva vida en Francia. Y este impás, en estos años pandémicos, parece que separará a nuestros protagonistas para siempre.

Fotograma de la serie Los años nuevos

No obstante, llega el 2022. Los años de la nueva normalidad. La rueda del capital vuelve a girar con la misma velocidad que antes, y estos dos individuos se encuentran, por casualidad, en Madrid. Al parecer, Ana ha ido para fin de año a visitar a su familia y mirar un posible local para trasladar su negocio a la ciudad. Los dos toman un café, pero les cuesta asimilar su nueva situación y discuten. Sin embargo, al final del capítulo, cuando parece que se van a volver a distanciar para siempre, Ana le manda un audio a Óscar.

2023, la hedonia depresiva pasa factura. Las adicciones a todo tipo de cosas nos constituyen: deporte, compras compulsivas, fiesta, drogas, sexo, etc. Somos una sociedad profundamente alienada, incisivamente consumista y paliativamente adicta a los remedios que el capital nos sirve en bandeja, atomizando así nuestra capacidad de organizarnos socialmente y nuestra capacidad también, muchas veces, de afrontar los problemas afectivos. Óscar y Ana han vuelto a ser amigos y van camino de visitar a Guille, mejor amigo de Óscar, que está desde hace unos meses en un centro de desintoxicación. Volviendo a casa después de un día intenso, donde ambos se reconocen mutuamente lo difícil que es la cotidianidad del día bajo las responsabilidades que cada uno debe afrontar, esa electricidad que vimos en el capítulo 2 vuelve a reflotar con más fuerza si cabe.

"Quiero mucho a Manu", dice Ana, suplicando prácticamente a Óscar para que este no la bese. Pero la frase que más resuena en todo el capítulo es otra, concretamente cuando Ana, mientras le coge de la mano a Óscar, dice: "Mira que han pasado cosas, ¿eh?"

31 de diciembre de 2024. Ambos protagonistas están en la habitación de un hotel, son amantes desde hace meses y no saben qué hacer con su relación. Finalmente, aunque Ana reconoce a Óscar que quiere dejar a su pareja porque está enamorada de él, Óscar se niega. Entonces, cuando parece que esta vez sí, sus caminos se separan, él escucha una grabación de Ana de hace justo un año:

“Cuando te ilusionas con algo, como que confías, te da como ganas, pero si anulas la posibilidad siquiera de ilusionarte, okey, vale, no te pegas la hostia… pero te pierdes algo, ¿no? Es como que la vida ahí… no sé".

Fotograma de la serie Los años nuevos

Como he dicho al inicio, Los años nuevos es una magnífica radiografía de un tiempo, el actual, y de las relaciones que tenemos marcadas por la precariedad, la inseguridad, la inestabilidad, el hedonismo y la existencia misma en este espacio material. Y no es malo ni bueno, supongo. Es, simplemente, como nos conformamos y también como queremos dentro de nuestras posibilidades. Y, valga la redundancia, posiblemente podamos querer diferente; de hecho, hay mucha gente que lo hace. También, en algún momento, podamos recuperar nuestro tiempo de vida para arrebatarle al capital aquello que se nos impone, incluso en el querer.

Podremos igualmente equivocarnos, y no vivir mil vidas, y no querer en mil momentos, y querer en otros cientos que son imaginarios. Pero eso nunca lo sabremos, y siempre nos quedarán, eso sí, los años nuevos, que no son eternos, que pasan en pocas horas a ser viejos, y que habrá uno, solo uno, que será el último.

Canciones nombradas: 










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