El profesor

 El profesor


Profesora enseñando a sus alumnos. Fuente: commons.wikimedia

La semana pasada ocurrieron una serie de sucesos a nivel personal que han desembocado en una cascada de emociones. Yo, sociólogo insociable y ferviente defensor del escepticismo científico, me he cruzado con una serie de fantásticas casualidades que han arrojado la pólvora necesaria para escribir este breve post un tanto diferente a los que suelo hacer en Sociología Inquieta.

Resulta que hace ya la friolera cifra de veinte años yo era un niño bastante común en la inmensidad de niños y niñas que componían la sociedad de esa época. Un niño que tenía su grupo de amigos y amigas e iba al colegio como los cánones de socialización mandan. En ese maravilloso colegio crecí, un colegio con muros de piedra, esquinas pronunciadas y grandes escaleras con barandillas redondeadas que subían hacia los pisos de arriba. Por aquellos derroteros temporales mi cabeza apenas levantaba dos palmos de aquella espiral de madera barnizada que conducía como una línea imaginaria a las aulas.

En esas paredes me eduqué junto a otras personas que aún forman parte de mi vida, personas importantes, partes de mi las cuales muchas están aún presentes en el día a día. Pero había una figura, la figura por excelencia de aquel lugar encantado que marcó mi pensamiento más que ninguna otra: mi profesor de quinto y sexto de primaria.

Quizá él no era consciente de la importancia de su singularidad. Me enseñó a pensar, nos incitaba a leer, nos planteaba debates, debates profundos y preguntas trascendentales. Nuestras clases  eran auténticas lecciones de filosofía, leíamos libros de mucho más nivel de lo que corresponde a niños y niñas de 11 años. En sexto de primaria leímos y reflexionamos largo y tendido sobre el libro; El Caballero de la armadura oxidada de Robert Fisher. Sólo de pensarlo me entra la risa, un libro que he vuelto a leer de adulto y me sorprendió por su complejidad, un libro que a muchos universitarios les costaría entender.

Bueno, como todas las figuras y como todas las etapas de la vida, este profesor desapareció de mis pensamientos más cotidianos. Años convulsos vinieron en el instituto donde un alumno que apuntaba a maneras se dejó llevar por el lado más hedonista de la vida, algo que solo aumentó en la universidad. Pero allí llegó la sociología y llegaron por fin nuevos y nuevas profesoras, de las de verdad, como mi profesor del colegio. Allí recuperé esa versión de mí mismo adormilada por montañas de estímulos analgésicos que pasaron a mejor vida actualmente y afortunadamente.

Podría contar algún apunte más entre medias, pero solo nos queda imaginar que unos pocos años después yo ya era todo un sociólogo insociable con un canal de sociología, un trabajo que no tiene nada que ver con la sociología, pero que escribe y lee siempre que puede, que intenta pensar por sí mismo y que le encanta leer gracias a los hábitos que aprendió en el colegio.

Veinte años, como os decía, el canal de Sociología Inquieta va al máximo de mis posibilidades, el blog tiene más visitas que nunca, las redes creciendo, un nuevo canal de YouTube… y un libro, sí, después de más de un año de trabajo, un libro.

Hasta ahora todo normal, pero no sé por qué motivo llevaba bastantes semanas ya rondándome la cabeza la idea de intentar localizar a mi profesor, aunque hacía ya veinte años que no había vuelto hablar con él. Pues bueno, resulta que yo con mi mente de concienzudo escéptico me dirigía a realizar un podcast para el canal de divulgación de un gran amigo mío, otro niño que también iba a esa misma clase hace veinte años con ese mismo profesor. Cuando acabamos de grabar el podcast mi amigo me dijo que tenía una idea rondándole la cabeza; contactar con nuestro profesor de primaria de hacia veinte años. Como podéis imaginar mi rígida mente escéptica se tambaleó un poco, pero rápidamente volvió a posicionarse sólidamente. Os podría contar más detalles, pero ya sabéis, la modernidad líquida no me deja mucho tiempo para escribir. En resumen, que hemos conseguido contactar con él y allí que vamos, será el primero que lea el libro de Sociología Inquieta. Le daré el borrador, seguramente sin él ese libro no existiría.

El eterno retorno, cuando menos te lo esperas ahí está. Tengo una imagen grabada en mi mente, uno de esos recuerdos que siempre puedes volver a él con facilidad. Ese recuerdo me traslada a la obra de teatro de fin de curso, estaba toda la clase en fila, la gente aplaudía mientras nosotros dábamos las gracias por los vítores. El salón de actos tenía grandes pilares a los lados y nuestro profesor estaba en el fondo, apoyado en la pared, era la última persona de todas, se despedía con la mano mientras lloraba. El eterno retorno, como os decía, porque en ese momento los dos, alumno y profesor, seguramente pensábamos que no nos volveríamos a ver, al menos no de una manera tan estrecha como en el aula, cara a cara, sentados, conversando. Quizá se equivocaba él o quizá lo interpreté yo mal, pues zarandear la mano con la palma extendida vale tanto para decir adiós como para decir hola.

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Comentarios

  1. Todos tenemos un profesor así, si es que tenemos suerte. Temo por las nuevas generaciones, pero tengo la esperanza que durante los años que dediqué a la pedagogía haya impactado positivamente en al menos uno de mis ex-alumnos.

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    1. Seguro que has llegado alguno de tus alumnos Alex. Por otro lado, sin duda los profesores, alumnos y alumnas futuros tiene un gran reto por delante, como todos los hemos tenido, espero que lo superen, siempre soy positivo en ese sentido :)

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  2. La magia existe. La sociología simplemente intenta darle sentido.

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    1. Como decía Carl Sagan sobre la literatura: "Los libros rompen las cadenas del tiempo y son la prueba de que los seres humanos realmente pueden hacer magia". Nos vemos pronto amigo.

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  3. Mi profesor preferido del que guardo cálido recuerdo fue aquel que nos dijo: Los que quieran aprender, levantad la mano y poneos aquí. Los que no queréis aprender poneos al final de la clase; ni siquiera pienso pasar lista. Es más: os dejo que os traigáis crucigramas y tebeos para leer, pero por favor, silencio y no deis por culo.

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  4. Muchas gracias. De seguro han visto el libro: la lámpara maravillosa de William ospina. Un abrazo.

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