La sociedad del optimismo
La sociedad del optimismo: expertos en negar la evidencia
«¿Está medio vacío o medio lleno?» es una pregunta que suele hacerse para determinar si una persona posee actitud pesimista u optimista |
Las sociedades humanas modernas se caracterizan por ser optimistas. Así es, lo creáis o no, el optimismo es una pieza fundamental para que la sociedad capitalista funcione. En cierta manera, a simple golpe de reflexión rápida, es posible que existan motivos de peso para ser optimistas respecto a nuestro futuro. Desde que se iniciaron nuestras andaduras como especie social avanzada, la única del planeta Tierra que consigue transmitir unos volúmenes de conocimiento colosales a través de la cultura, la humanidad no ha parado de progresar, sería absurdo negarlo. Desde las primeras agrupaciones neolíticas hasta las actuales agrupaciones sociales altamente complejas, los avances en todos los campos intelectuales y materiales son incontables. Para que nos hagamos una idea, la esperanza de vida en el periodo neolítico era de unos 33 años, mientras que hoy es de 73 años.
Así que actualmente vivimos en un sistema social que puede albergar una gran cantidad de vida humana (7,8 mil millones de personas concretamente), donde muchas de estas personas tienen una esperanza de vida mayor a los 70 años y la mayoría de las necesidades básicas cubiertas. Hasta ahora todo bien, parece que el capitalismo, el sistema económico, político y social en el que vivimos, nos ha conducido por una senda de optimismo y progreso.
Si embargo, todo esto
que estoy contando solo puede ser entendido desde el punto de vista de alguien
que vive en un país occidental o rico. Hay zonas del mundo actual donde tener
lugar para el optimismo es poco más que un chiste o un acto de verdadera fe,
según como se mire.
Nosotros y nosotras, la población europea, somos una población que está empezando a pagar las consecuencias de una vida de abusos, y el mayor abuso que hemos realizado ha sido sobre el optimismo. Como lo leéis, el optimismo es un fuerte motor silencioso que aplana los senderos de las problemáticas sociales.
¿O acaso no hemos tenido suficientes lecciones de historia arduamente pesimistas en el corazón de Europa para saber lo que deparan las ideologías de extrema derecha? Al parecer no. Hemos banalizado los discursos de odio hasta aceptarlos, todas y todos los presentes, o la mayoría, hemos ido asistiendo al nuevo resurgir de la extrema derecha, un resurgir que deja a Europa y, también, al resto del mundo en una posición política delicada, por decirlo suavemente.
¿Cuántas veces años atrás hemos escuchado discursos completamente reaccionarios en la barra de un bar, en la mesa de navidad, en una charla con amigos, en la universidad o en los medios de comunicación?¿Y cuántas veces hemos ignorado o pasado de largo corriendo un tupido velo condescendiente sobre esto? Ya os lo digo yo, más de las debidas.
Hemos tolerado una y
otra vez que se fueran abriendo debates hace muchas décadas superados, unos
debates que han sido lanzados a la palestra con intenciones claramente
reaccionarias, destructivas y antidemocráticas, debates que ponían en duda algo
tan básico y que tanto ha costado conseguir como los derechos humanos.
De esta manera, parece
que nos ha ocurrido como aquel fumador que cigarro tras cigarro va ignorando
las consecuencias nocivas y acumulativas que le provoca la entrada del humo del
tabaco en sus pulmones. Sin embargo, para el fumador detectarlo a corto plazo
es una tarea difícil, le avisan de que puede morir, pero es optimista: “eso no
me pasará a mí, no me tengo que preocupar.” Hasta que al final pasa.
Europa, occidente y el
mundo capitalista actual es una sociedad repleta de optimistas. Nos hemos visto
envueltos sobre unas problemáticas que surgen de repente como un insecto alado
pero que antes han ido surcando como un gusano por debajo de nuestros pies,
pies que caminan sobre nubes opacas de optimismo. Unos pies que ahora no pueden
avanzar en el plano político como antes porque se chocan con un muro que
no esperaban y que ya se creía superado: la extrema derecha.
Un optimista y un pesimista, cuadro del pintor Vladimir Makovsky, 1893. |
La negación como aliado del optimismo
El exceso de optimismo nos lleva a un síntoma de difícil tratamiento que se expande a través de todos los ámbitos de la vida en sociedad: la negación. La negación ha sido un compañero de viaje infatigable del sistema económico capitalista. ¿Y esto por qué? Porque el capitalismo es experto en “tirar la basura hacia afuera”, en externalizar los problemas, en llevarlos a la parte más invisible de nuestra sociedad.
Escribimos felizmente
en nuestros móviles sin pensar en las minas de coltán donde la gente trabaja en
condiciones de esclavitud extrayendo un material fundamental para las tecnologías
digitales. Es algo difícil de ver, es ocultación, es externalizar los daños.
Pero, por otro lado,
también somos propensos a aceptar este tipo de ocultaciones. Somos una sociedad
que le gusta pensar que todo va a ir bien, nos han enseñado a pensar así,
mientras seas un fiel consumista, mientras vayas fielmente al trabajo, veas
muchas series y no te manifiestes mucho (mejor si no lo haces) todo seguirá su
curso.
Pero esto no es así:
las mil gotas colmaron el vaso, los medios de comunicación están plagados de
los discursos que antes ignorábamos en la mesa del bar o en la comida con la
familia, esos discursos que vulneran los derechos humanos, que piensan que la
gente que muere en las minas de coltán es un daño colateral, que la
problemática medioambiental se arreglará sola, o mejor aún, con más
capitalismo. Sí, justo esa manera de organización social que nos ha llevado a
este punto de crisis política, económica y medioambiental.
Tampoco pretendo hacer
un simple alegato contra el capitalismo. Hay muchos, muy interesantes, cada
cual que saque sus conclusiones. Pero, una vez la ciencia nos ha dado el
diagnóstico: enfermedad socioambiental crónica de difícil curación y de
síntomas severos.
Parece ser que la
manera de afrontar esto es dejar de caer en los mismos hábitos del pasado, el
vaso está desbordado, cada gota pone más difícil intentar vaciarlo, siendo
optimistas aún se puede, que os voy a contar, si el optimismo es un
compañero de viaje que a veces nos hace avanzar y otras nos tapa los ojos.
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