Alcarràs: contar todo a través de poco
Crítica sociológica de la película Alcarràs
Imagen promocional de la película Alcarràs. Extraída de Filmaffinity. |
El motivo de mi sesgo optimista
sobre el film está ligado al trabajo de Fin de Grado que realicé, en el cual intenté
comprender por qué el espacio agrícola de mi tierra, Valencia, se encontraba en
peligro. L´Horta de València me abrió un camino de comprensión holística
y colectiva de lo que supone un paisaje, me enseñó a entender la complejidad de
los espacios humanos y su continuo conflicto y dinamismo con otros agentes
sociales; espacios locales, inercias globales, consecuencias sociales.
Alcarràs habla de un paisaje muy
parecido a L´Horta. Un paisaje que comparte lengua, el catalán. El lienzo
de dicha historia se posa sobre una zona agrícola de Cataluña donde se cultivan
melocotoneros. La visión de las primeras escenas paisajísticas ya te muestra la
fuerza y personalidad de un paisaje construido, trabajado y cosechado. Un
paisaje estacional, como todos los agrícolas, un paisaje vivido, como todas las
fotografías humanas.
Entre los árboles que dan como
fruta al dulce melocotón vive la familia Solé, la cual lleva más de ochenta
años cultivando esas tierras. Aquí se podría parar la sinopsis, pues la película
se centra exclusivamente en esto. Sin embargo, Carla Simón con un estilo realista
y descarnado consigue contar mucho desde una historia que en su primera impresión
puede parecer pequeña. No obstante, el mundo social es muy complejo y la vida
de la familia Solé da para mucho, pues está traspasada por multitud de dimensiones.
Quimet es el padre de familia, un agricultor de pura cepa con una personalidad bien marcada caracterizada por sus aspavientos y brusquedad, una robustez forjada por las maratonianas jornadas de trabajo que le han hecho conformar una forma de ser testaruda. Sin embargo, este personaje transmite una empatía especial, pues sus defectos y virtudes tiene un buen balance, se podría resumir que Quimet es buena persona, cabezón, con muchos defectos, pero moralmente bueno.
Su hijo, Roger, está enamorado
del campo y, no es de extrañar. Las perpendiculares líneas de los
melocotoneros, el verdor sombreado que dibujan al atardecer y el recoger el
fruto de tu trabajo con tus propias manos, literalmente, es uno de los trabajos menos alienantes que pueda existir. No obstante, Quimet, su padre, no está por
la labor de que su hijo continúe la estirpe de agricultores; la falta de futuro
y el sacrificio corporal que supone ser agricultor son los argumentos de un
padre que quiere lo mejor para sus hijos.
Los abuelos, padres de Quimet, viven
con ellos, pues esto es una familia extensa, es una familia catalana y rural con
todos sus acentos, vocales y consonantes. La abuela canturrea historias de toda
índole y el abuelo pasea melancólico por la huerta, sentado en la sombra de una
vieja higuera recuerda tiempos que ya no volverán, su personaje transmite nostalgia
y anhelo.
Por otro lado, las mujeres de la
familia son “los tipos duros” de este lugar. Mientras tanto Roger como Quimet
se ocultan a través de inseguros e impulsivos comportamientos, las mujeres
miran a los problemas de frente en Alcarràs; hablan las cosas, se comunican,
aunque el conflicto está servido en muchos aspectos. Las mujeres no lloran
mucho en esta historia, son los hombres que, aunque no lloren (en ocasiones literalmente),
la película te transmite que por dentro son todo llanto.
Dentro del elenco de mujeres, el
personaje de Mariona, la hija mayor, muestra esa época de despertar sexual tan
narrada en el cine, en mi opinión, en muchas ocasiones con mucho drama y poca naturalidad,
pero, si algo tiene Alcarràs es naturalidad y dicho personaje llena la pantalla
con gran acierto en cada hueco que tiene. También se puede destacar a la madre
de Mariona, mujer paciente y con carácter, su personaje se mimetiza en el
paisaje con un realismo pasmoso y, es que la mayoría de los actores de la película
no son profesionales y forman parte de esta tierra y, por tanto, forman parte
del mismo horizonte narrado. El reparto no es que actúe de manera sublime, es que cuenta una historia de manera verdadera, cuenta su verdad y esa es una de las maneras
más honestas de hacer cine.
Los niños son otro de los grupos
de personajes más importantes de la película, la hija pequeña de Quimet y
Dolors, Iris, y sus primos mellizos juegan siempre alegres por el campo.
Canturrean las historias que sus abuelos les cuentan una y otra vez, la nostalgia
de los viejos se convierte en un juego infantil por parte de sus nietos. La
inocencia es la marca de los niños, una inocencia protegida por un lugar donde
la familia y el propio entorno generan un buen abono para que los más pequeños y
pequeñas crezcan con tranquilidad a la sombra de los árboles, sobre el calor de
los campos de hortalizas o entre cabañas imaginarias.
En definitiva, Alcarràs se puede
analizar desde muchos puntos de vista: el conflicto familiar, el declive y la
crisis del mundo rural, el progreso, la pérdida de la cultura local, el cambio frente
a las dinámicas de un capitalismo que ronda la película como un ente invisible…
En realidad, Alcarràs cuenta y transmite y eso es lo más importante, ya que su
poderío como película reside en que es un perfecto trabajo sociológico de un lugar
vivido y trabajado por personas, un lugar bonito y singular con sus códigos, símbolos
y un tipo de familia que come caracoles encima de la mesa mientras se gastan
bromas y también se muerden tensiones. Carla Simón consigue hacer una de las cosas
más importantes que puede realizar el cine; contar una historia humana no desde
la dimensión individual sino narrándola como si muchas personas a la vez, de
forma coral, pudieran ver a través de los mismos ojos, unos ojos que en este
caso tienen el color verdoso de un melocotonero.
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