Rutina y prisa en la sociedad del cansancio


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El viernes por la noche tuve una charla con unos amigos mientras cenábamos en un pueblecito, alejados de la vorágine de la urbe. Solo por el silencio ambiental creo que ya es más probable tener la conversación que tuvimos. Uno de ellos dijo en el inicio de la conversación: "La vida no es como la habéis soñado, eso nos decía nuestro profesor de Filosofía del Derecho". Un profesor el cual ya avisaba a sus alumnos y alumnas de que el mayor % de tiempo de su vida lo iban a tener que emplear sobre algo que no les gustaba.

Me pareció algo estremecedor, pero, además, las conversaciones sobre lo que representa el ámbito laboral para nosotros, gente de clase trabajadora, iban hacia la misma dirección: El trabajo es una cárcel la cual escapamos los pocos días de descanso que tenemos a la semana.

Últimamente no tengo tiempo para divulgar y escribir. El trabajo ocupa más de 11 horas de mi vida diaria. Escribo en el autobús, en huecos sueltos o cuando llego a casa con el cerebro fundido. Escribo sobre autoexplotación mientras me autoexploto al máximo de mis posibilidades.

Las generaciones jóvenes no sólo nos enfrentamos a la precariedad laboral, la crisis climática, a la crisis económica, política, a la desigualdad, al racismo, al patriarcado... Si no que debemos enfrentar estos aspectos dentro de una especie de esfera que gira aceleradamente sobre nuestros pies. Sin duda creo que vivimos en una sociedad delirante, un delirio perpetuado y provocado por la prisa que el sistema ha logrado insertar en la cotidianidad.

La sociedad actual no espera a nadie. Y mientras corremos al son de las trompetas capitalistas la lluvia de analgésicos cae sobre nuestras cabezas: pastillas para dormir, abuso de drogas, trastornos alimenticios... Problemas que en realidad son consecuencias de un entorno nocivo.

Teniendo el viernes esa conversación con mis amigos me di cuenta de la infelicidad de la clase obrera, del peso de un entorno social dañino sobre nuestra psicología. Queremos ser felices, pero en un entorno en el que no puedes parar a reconocerte a ti mismo es muy difícil.

Esa famosa flexibilidad que apuntaban los economistas neoliberales hace años, ha logrado que la vida de las trabajadoras y trabajadores sea como un chicle que se estira y estira, es flexible sí, pero nada de esa flexibilidad es positivo por mucho que se empeñen. Los eslóganes individualistas estilo: sé tu propio jefe, persigue tus sueños, y demás premisas de la autoayuda o el coaching son una auténtica parodia frente a un entorno que nunca te dejará ser libre como individuo, porque el colectivo de clase al que perteneces esta subyugado.

El yugo se alza como material, pero se expande a la cultura, a las pautas de vida colectiva, vital, relacional, sexual, identitaria... generando un estado de verdadera alienación; somos una sociedad que vive extrañada de la vida social que se le presenta cada día. Extrañada no solo porque esta daña su salud mental, sino porque no sabe cómo parar de acelerar y, además, porque desde pequeños y pequeñas nos han socializado para que no paremos, y para que nos sintamos culpables si no aceptamos, normalizando así esta condición impuesta.

La salud mental se alza como uno de los mayores retos del futuro, creo que sin un buen entorno social que garantice poder mejorar la salud psicológica de la ciudadanía será difícil avanzar hacia un futuro mejor. Y con mucho pesar, estamos muy alejados de eso.

Escribo esto en realidad en forma de desahogo. Mañana lunes me veré sumergido en la misma carrera sin fondo de cada semana. Pero también lo escribo porque soy consciente de la gran cantidad de personas que se sienten así. Personas que comparten su condición de clase conmigo.

"Las clases trabajadoras siguen siendo pobres en medio del aumento de la riqueza, miserables en medio del aumento del lujo. Sus privaciones materiales rebajan su moral, así como su estatura física. No pueden esperar ayuda de los demás."

-Karl Marx


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