El gusto y sus dueños: poder, cultura y mercancía en el realismo capitalista

 

El gusto y sus dueños: poder, cultura y mercancía en el realismo capitalista


Estás en un escaparate, y como arte de magia, una prenda de ropa capta tu atención. Te gusta, y entras a comprarla, aunque ya llevas mucho gasto innecesario este mes de Navidad y regalos.

Entras a un autobús, y enseguida las facciones de su cara te llaman la atención, también la forma de su cuerpo, la ropa y sus gestos. Te gusta, lo sabes al instante, tan solo con unos segundos de observación.

¿Qué es el gusto en realidad? ¿Qué o cómo se conforma? ¿Es algo natural o biológico? ¿O es más bien social y cultural?

Pierre Bourdieu: gusto, distinción y clases sociales


El sociólogo francés Pierre Bourdieu sostiene que el gusto no es más que un reflejo de las estructuras sociales. En La distinción (1979), desarma la idea romántica de que nuestras preferencias son puramente individuales o espontáneas. El gusto es un campo de batalla, uno de los más despiadados, donde podemos llegar a volvernos completamente locos por aquello que nos oprime sin compasión.

Desarrollando más esta noción, Bourdieu nos sugiere que el gusto es una manifestación del habitus. Es decir, el gusto es una consecuencia del conjunto de esas disposiciones inconscientes que heredamos según nuestra posición en el campo social. Así que las preferencias son culturales y no son neutras ni universales: están condicionadas por el capital cultural que poseemos (educación, conocimiento, competencias) y que usamos para marcar diferencias frente a otros grupos, además de otras variables como los roles que se nos asignan: mujer, hombre, trabajador, empresario, etc.

Por ejemplo, el gusto por el arte contemporáneo, el jazz experimental o la literatura posmoderna no es "mejor" en términos absolutos que el gusto por el reguetón o las telenovelas. Sin embargo, las clases dominantes suelen imponer sus gustos como legítimos, descalificando las preferencias de las clases populares como "vulgares" o "de mal gusto". Así, el gusto se convierte en una herramienta de exclusión y distinción social.

Fredric Jameson y Mark Fisher: la lógica cultural del posmodernismo


Pero aquí surge una pregunta: ¿Qué pasa con el gusto en una sociedad donde la cultura ha sido mercantilizada hasta la médula? Es aquí donde entran en escena dos marxistas que nos arrojarán luz sobre lo planteado: Fredric Jameson y Mark Fisher.

Fredric Jameson, en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío (1984), argumenta que vivimos en una era donde las fronteras entre alta y baja cultura se han desdibujado. El posmodernismo, es el resultado de un capitalismo que ha colonizado todos los aspectos de la vida, incluida la producción cultural. En este contexto, el gusto ya no es solo una cuestión de distinción, como en Bourdieu, sino que se convierte en un producto más del mercado.

La lógica posmoderna se caracteriza por el pastiche (imitación sin crítica) y la pérdida de profundidad histórica. Pensemos en cómo las marcas de lujo colaboran con artistas callejeros, o cómo el cine de autor coexiste en Netflix junto a realities de consumo masivo. Todo es consumible, todo es intercambiable. En este sentido, el gusto se vacía de contenido político: se transforma en una cuestión de estilo, una estética superficial que no desafía las estructuras de poder.

El gusto puede ser subversivo. Por ejemplo, el jazz o el hip hop son estilos que antes eran denostados por las clases altas, pero que empoderaban a las clases trabajadoras racializadas que los tocaban, dándoles voz e identidad a los oprimidos a través de la música.

Sin embargo, si todo queda opacado por la lógica de la mercancía, esta dimensión del gusto queda olvidada. Pues la distinción se diluye y el gusto pasa a ser un campo de batalla dominado por el capital y la clase capitalista.


Sobre esta realidad, Fisher nos habla del realismo capitalista como el rasgo sociohistórico más característico del capitalismo actual. El británico básicamente lo define como una “atmósfera general que condiciona no solo la producción de la cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”.

Este realismo capitalista también afecta al gusto: nuestras preferencias culturales no solo están condicionadas por la mercancía y el capital, sino que refuerzan la idea de que no hay alternativa y de que esta realidad es una especie de segunda naturaleza inamovible del humano.

Un ejemplo claro es el auge de la nostalgia en la cultura contemporánea. Las películas de superhéroes, los remakes de series de los 80 y 90, o el revival del vinilo no son simples tendencias: son síntomas de un sistema que recicla su propio pasado porque ha perdido la capacidad de imaginar de manera histórica y temporal, sobre todo enfocada al futuro. Es como una fiebre del gusto por la nostalgia manufacturada, que acaba generando un bucle cultural y, a la vez, temporal que refuerza el orden capitalista.

Por tanto, el gusto, como hemos podido ver, es mucho más que una cuestión de preferencias personales o libre albedrío. Es un reflejo de las estructuras sociales, una herramienta de distinción y un mecanismo de control ideológico. Sin embargo, también puede ser un espacio de resistencia.

En un mundo donde la cultura está cada vez más dominada por las lógicas del mercado, nuestra tarea es reivindicar un gusto que no se limite a reproducir el deseo impuesto desde la publicidad. Esto implica cuestionar nuestras propias preferencias, explorar formas culturales que escapen a la lógica de la mercancía y, sobre todo, imaginar un futuro donde el gusto sea una expresión auténtica de libertad y no una imposición del capital.


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